Reflexión sobre el amor propio

Se quita el maquillaje poco a poco, la toallita iba apartando el colorete, el rimel... para dejar ver la piel enrojeciday seca. Con cuidado esa piel iba recomponiendo su estado natural. Pequeños pigmentos negros cubrían aún sus párpados. Mientras se quitaba todo el producto ella se miraba fijamente, sus ojos,sus mejillas, esos pequeños puntos negros en su nariz, los labios cortados y enrojecidos...
Conforme más se quitaba más pensaba.
Pensaba en sus cicatrices, en las noches que ese mismo rostro no le había dejado dormir tranquila. Recordaba los insultos y el menosprecio, pero ella era mucho más que eso. Eso quedaba todo en el pasado, ella no era la misma niña que pensaba eso. Ahora se miraba y veía imperfección, pero sin dolor. Por fin se había aceptado a ella misma.
Al subir a la habitación se quita la ropa, poco a poco ve cada uno de sus huesos, las cicatrices de tantas quemaduras, su vello en las piernas con los pies de su madre. Cada vez que caía una prenda a ella le costaba más reconocerse. Aún así siguió quitando ropa. Finalmente quedó totalmente desnuda. Ella misma, mirandose al espejo. Mientras lloraba podía ver su vida reflejada en aquella piel. Aquella piel que había sido cárcel y libertad. Cada lágrima recorría su cuerpo enfriando cada centímetro que recorría. Podía observar ese mismo espacio que esta recorría, las mejillas, la barbilla, la clavícula, los pechos, la barriga, las piernas... Todo aquello que parecía que no era suyo, que alguien le había pegado las piernas, los brazos, el coño...
Existen dos lugares donde los humanos habitamos: la tierra y nuestro propio cuerpo. Podemos decidir mayoritariamente sobre uno. Nosotros decidimos si somos reyes o plebeyos de nuestro cuerpo. Ese cuerpo que puede ser la más fría cárcel o el más cálido paraíso.
Para ella no era ninguna de las dos. A veces era cárcel, a veces era paraíso. Se miraba y no encontraba rencor. Aquellas lágrimas que antaño eran de dolor hoy eran de aceptación. Ya no se odiaba.Se sentía neutral . Podía pasarse horas observando, cortejando su propio cuerpo. Al final el amor propio es simplemente aceptación. Ella aprendió a aceptar sus cicatrices, sus dedos feos de los pies, su nariz torcida o sus ojos tristes.

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